miércoles, 22 de octubre de 2014

Marvin. Así es esto (2)

Varios metros a la esquina de la noche, empieza a salir el sol y Marvin lleva varios días mentalmente dormido. Hace mucho que no se encuentra a si mismo y en este nuevo día tampoco parece que vaya a conseguirlo.
El cielo será naranja durante las primeras horas del día y Marvin tiene que marcharse. No le cabe la menor duda de que ha sido la mejor noche que ha pasado en mucho tiempo. «Así sí» piensa vagamente. No sabe dónde está, pero tiene un destino claro, necesita consumir alguna substancia para seguir en su estado mental ausente. Quizás si el recepcionista del hostal hubiese contestado a la despedida de Marvin, ahora no necesitría consumir nada.
Tras varios minutos andando junto a su mochila, que probablemente pese más que él, ha llegado a las puertas de un colegio a primera hora de la mañana. Van entrando todos los niños al colegio menos un grupo de chicos que parecen tener entre doce y catorce años. Parece que no tienen intenciones de ir a clase. Deciden alejarse del colegio antes de que llegue el profesor y se meten en un callejón. Marvin decide seguirlos.
Quizás sea su día de suerte, los chicos se han metido en el callejón para fumar un poco de marihuana.

 Se acerca con los pocos protocolos que recuerda e intenta impregnar amabilidad pero nada es suficiente para evitar las burlas de los niños, que han leído en la matriz de Marvin que es un pobre drogadicto y se anticipan a su jugada afirmando que no le darán nada. Marvin les ofrece el poco dinero que tiene a cambio de tres cuartos de lo que tengan los chicos. Quizás Marvin no esté negociando con su consciente, sino con su instinto. Quizás Marvin ya no esté con nosotros. Los chicos parecen estar dándole lecciones a Marvin, cuándo en realidad para ellos sólo es un juego. Nada parece alterar los nervios de Marvin, es el Rey de la paciencia; sabe que quizás no encuentre mejor oportunidad. Es curioso como su instinto aún sigue conservando la capacidad de negociar; ahora ofrece su dinero por la mitad. Los niños aceptan y lo despiden a través de algunas risas irónicas, que no parecen importar mucho a Marvin.

Hace dos meses que Marvin ha olvidado también lo que significa mirar al reloj, ha medio perdido la noción real del tiempo y únicamente se mueve por impulsos muy puros. El impulso es ahora ir a casa de uno de los únicos amigos exdrogadictos que le quedan, el único a través del que aún recupera un poco de consciencia. Andando serán unas cuatro horas y Marvin no está para caminar tanto.
Está avanzando por la carretera del arcén vacío en medio del bosque de la nada, apenas pasa un coche cada seis o siete minutos y su intención de llegar haciendo autoestop de cada vez es más cruda. El único coche que se ha parado en una hora y media ha sido para tirarle por la ventanilla restos de comida basura, la cual ha analizado Marvin fríamente para ver si al menos había algo interesante para comer. Entre cajas y bolsas de papel de cartón aún quedaban tres nuggets de pollo que Marvin no ha dudado en meterse en la boca; en cierto modo, esa era la mejor ayuda que había recibido después del alojamiento gratuito en el hostal de la noche anterior.
Por suerte alguien parece que va a acabar parándose. Alguien con dos dedos de empatía y valentía, Marvin es consciente de que ni él mismo pararía a recogerse.
El conductor no lo entiende y Marvin tiene que repetir por segunda vez el lugar donde pretende ir. No hay ningún problema.

Aún quedan unas horas de viaje en coche. El conductor parece no ser muy hablador, así que Marvin podrá relajarse y mirar por la ventanilla a los arboles solitarios del largo paraje, que parecen aclamarlo. Por primera vez en el día todo parece estar bajo control y además, Marvin parece haber perdido las ganas fisiológicas de consumir lo que le había sonsacado a esos chicos del colegio.
Es hora de descansar.

jueves, 9 de octubre de 2014

Marvin, uno menos.

Desde la sombra del puente el Yonki habla con su consciencia por primera vez en las primeras horas de oscuridad del día. «¿Dónde vamos ahora, Marvin?». Obvia la respuesta para coger lo que se ha convertido en una extensión más de su cuerpo. Es una bolsa de tela raída de pertenencias escasas y botellas contaminadas. Aún así, nómada de su presencia, se marcha a ver que le depara su tiempo.
Camina hacia la estación de tren casi sin fuerza; andar y devenir es lo único que le queda. Saca dinero para comprar el ticket del tren pero no terminan los murmullos. Se mete en el tren tras abrirse paso facilmente entre la gente. Toca esperar. Bajo las premisas estipuladas en la evolución cognitiva, nadie quiere compartir asiento con él; sabe que es lógico: debajo el puente no hay duchas. Unos niños lo miran fijamente desde el bloque de asientos paralelo soltando algunas risas. Se saca unos caramelos que una señora le dió hace unos minutos y se los ofrece a los niños, su madre los rechaza en nombre de sus hijos y se marcha con ellos a otro bloque de asientos: como puede ese Yonki ofrecer droga a mis niños. El tren se marcha pero sin poder huir de Marvin. Unas paradas más adelante, baja del tren y sale hacia la estación. No sabe dónde ha ido. Los policías de la estación le analizan la maleta; suerte que en ese momento no lleva más que unas tristes cervezas en litrona y unas pastillas milenarias para el dolor de cabeza. Todo correcto, puedes marcharte (Eres humano).
Son ya las once cuando encuentra un hostal entre varios bares de ciudad. Pide información y el dinero no le llega para pasar la noche. Sale y se tumba en un banco de la plaza de enfrente. No hace mucho frío, aunque a Marvin no le vendría mal una manta para combatir la frialdad de algunos. Alguien llega y le ofrece huésped para una noche, es el dueño del hostal. Después de comer algo de comida se va a su habitación. Una habitación cutre de ensueño. Se tumba en la cama y se despide de su consciencia decidido a dormirse.